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Corazón de trapo

Dos ciegas

Dos ciegas

 

Siempre me ha gustado escuchar si la historia es buena, y hubo un tiempo en que tuve la inmensa fortuna de estar rodeada de sabios Maestros que en el momento oportuno me regalaban el cuento que necesitaba oír. Y uno de esos cuentos ha venido a mi memoria después de leer una despedida. Se trata del cuento budista de los tres ciegos y el elefante, que hoy quiero compartir contigo (discúlpame si mi narración no es exacta al cuento original, hace más de diez años del día en que lo oí, y probablemente ni lo que entonces escuché ni lo que hoy recuerdo tengan mucho que ver con lo que la persona que me lo contó dijo...).

Tres ciegos que llevaban caminando juntos muchos días, se encontraron de repente con que no podían seguir adelante en su camino porque, según pudieron oír, un elefante bloqueaba el sendero que ellos atravesaban. Con ilusión casi infantil, los tres ciegos decidieron acercarse a tocar el animal, puesto que eran ciegos de nacimiento y nunca habían tenido oportunidad de saber cómo era un elefante. El primer ciego se encontró con la pata trasera del elefante, y la palpó hasta la saciedad, memorizando la áspera textura de la superficie rugosa. El segundo tocó la trompa en toda su longitud, y el tercero acarició uno de los colmillos. Quiso el destino que los tres viajeros siguieran después del incidente sus caminos  por separado, y cuando al cabo de un tiempo les preguntaron al respecto, ellos rememoraron su último día juntos y no pudieron evitar hablar del elefante. Para el primer ciego, el elefante era una especie de tronco rugoso. El segundo lo describió como una serpiente muy gruesa, y el tercero, como un animal de caparazón puntiagudo.

Puede que no tenga razón, y lo sé, pero yo también soy una ciega más, esclava del límite al que llegan mis propias manos. Mi verdad es incompleta pero es todo lo que tengo. Y aun a sabiendas de que las dos tenemos razón y estamos equivocadas a partes iguales, te echo de menos.

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