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Corazón de trapo

Dolores de cabeza

 

Tengo un maestro al que, cada vez que se encuentra con alguien de una edad cercana a la suya, más bien avanzada, le encanta hacer la broma de preguntarle: “Oye, ¿a ti no te pasa que, cuando te despiertas por la mañana, y notas que no te duele nada, piensas, Dios mío, estaré muerto?”.

 

Y es que es requisito imprescindible el estar vivo un poco al menos para sentir incluso algo de dolor. Somos seres duales, cuerpo y alma, poseídos por distintos porcentajes de otras dos dualidades entre otras muchas, la de lo femenino y la de lo masculino. Amamos la vida y tememos la muerte, que son las dos caras de una misma moneda, y esto nos hace a veces rozar el absurdo. Porque por miedo a morir, hay muchos que dejan de vivir. O que más que vivir, podría decirse que simplemente existen.

 

¿Qué pasaría si aprendiéramos a amar aquello que tanto tememos? ¿Podríamos esperar más de nosotros mismos si encontráramos la manera de estar en paz incluso con nuestro lado más oscuro?

 

Me atrevo a decir que estoy en el camino de reconocer casi todos los recovecos de mi alma. He descubierto casi todo lo que soy, e incluso a veces llego a intuir todo lo que puedo llegar a ser, aunque sólo sea de forma nebulosa. Y toda esa parte de mí que la sociedad y la educación me han enseñado pulcramente a esconder o destruir, es la cruz indispensable de la moneda de mi vida. Sin el rincón oscuro de mi corazón, no existiría la luz que a veces hay en mí; sin mi ocasional indiferencia, no habría quizá sitio para mis momentos de pasión; y sin mis momentos de crueldad, no tendría manera de surgir el amor incondicional. Somos un todo, pero nos permitimos el lujo de juzgar y censurar las partes de nosotros mismos que no encajan en nuestro modelo de bondad, sin saber que esas partes son imprescindibles para sus opuestos.

 

Por eso disfruto de la paradoja de mi existencia, por eso disfruto la dicha de saborear hasta el último de mis dolores, y por eso me descubro encontrándole faltas a momentos que aparentemente son perfectos. Porque tengo las cosas tan claras que me encanta contradecirme, aunque sea por pura diversión.

 

Lo único malo de todo esto, es que tanto autoconocimiento está derivando en una especie de paz o calma mental y espiritual que no me gusta ni un pelo. Ahora que sé lo que soy, no estoy muy segura de qué margen me queda para sorpresas. Y si hay algo que odio, es tenerlo todo bajo control.

 

Sólo quiero seguir disfrutando de mis dolores de cabeza...

 

1 comentario

Anónimo -

¿Eres María?