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Corazón de trapo

La espera

 

Con precisión milimétrica y la destreza de quien dedica horas a la papiroflexia, las manos de pianista del chico doblaban una y otra vez  aquella servilleta del Starbucks. Tenía la mirada perdida y sólo despertaba de su ensueño cuando la pérfida puerta de cristal se abría para dejar entrar a cualquiera menos a la persona que él estaba esperando. Ante cada pequeña decepción, el chico repetía mecánicamente los mismos gestos. Dejaba a un lado la arrugada servilleta, apartaba la manga de su jersey azul de lana y echaba un vistazo al reloj que, a juzgar por su cara, parecía gritarle de forma acusadora que ella no iba a llegar nunca. Después volvía a colocar delicadamente la manga, y tras alisar distraído las arrugas que hacía la lana sobre el reloj, cogía con ambas manos un vaso de café. Que probablemente hubiese estado delicioso de no haber sido porque llevaba casi una hora dejándolo enfriar mientras representaba para sí mismo la pantomima de beberlo, cuando en realidad apenas si se lo acercaba a los labios. Una hora. Ése era el tiempo que yo llevaba observándolo de reojo, parapetada tras la pantalla de mi ordenador portátil. Y en ese espacio de tiempo lo había visto describir en silencio todo un abanico de emociones.

 

Desde la ilusión expectante y esperanzada que se traslucía de esos ojos azules y almendrados, pasando por la impaciencia, seguida de una incipiente decepción, hasta desembocar en la frustración y la inseguridad de quien se sabe abandonado.

 

Llegados a este punto, sacó del bolsillo de su abrigo negro un teléfono móvil, y pulsó una vez más la tecla de rellamada al tiempo que pasaba la mano libre por su flequillo castaño. Y por última vez, apretó los labios y colgó el teléfono. Porque ésta sí que era la última vez. Y con la desilusión pintada en la cara, atravesó la puerta de cristal de la que había dependido su felicidad durante esta hora maldita.

 

Es muy difícil encontrar el equilibrio entre echar de menos y echar de más, como lo es también encontrar el equilibrio entre alentar el interés y mantener la incertidumbre en un amor que empieza. Demasiadas atenciones pueden quizá provocar cierto hastío, pero hasta esto será mejor que la falta total de ellas, ya que una ausencia demasiado prolongada puede interpretarse como el desinterés suficiente para asfixiar un vínculo recién nacido, que se encuentra indefenso, y que necesita nutrirse de todos los recursos que tiene a su alcance.

 

En cualquier caso, y aunque no sé por cuánto tiempo, yo he conseguido mantenerme sentada en el Starbucks…

 

3 comentarios

Amapola -

En el fondo todos somos un poco como el chico de tu historia...

ladychena -

¡Pobre muchachillo! espero que la muchacha lo llamara, menuda petarda...

GA -

Me ha gustado mucho tu forma de relatar, muy detallado y visual. enhorabuena por el blog, ya tienes un admirador de trapo como tu corazón ;)