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Corazón de trapo

Con el corazón en la mano. O en un puño, según se mire. (Heartstorming)

Puesto que tú y yo no tenemos ni pies ni cabeza, no me preocupa que este mensaje tampoco los tenga; tampoco me preocupa que al final de todo este barullo apenas salgan tres o cuatro conclusiones inconexas o incluso erróneas tal vez, porque así soy yo, tan impulsiva como incoherente o contradictoria, y porque al igual que tú, escribo esto sin ningún tipo de pretensión, a modo de, como dicen los modernos, "brainstorming", o "heartstorming" si queremos decir las cosas con propiedad.

Quizá no siempre sea buen momento para mirar dentro de uno mismo, y comprobar si el lugar que ocupamos en el mundo tiene algo que ver con el que siempre habíamos soñado. Puede que ni siquiera sea tan sencillo averiguar el lugar que ocupamos, o el que desearíamos ocupar. Pero lo cierto es que soy única en el arte de esquivar mis propias preguntas, y que últimamente encuentro tiempo para cualquier cosa antes que para escuchar mi corazón. Quizá sea por miedo de no haber llegado hasta dónde pretendía. O quizá por pereza, porque no me apetece ahora empezar a replantearme ciertas cosas. Aunque lo más probable es que se trate de una mezcolanza de ambos, aderezada con ciertas dosis de desencanto y conformismo. Dosis cuya décima parte habrían sido suficientes para avergonzarme de mí misma en mis épocas más románticas.

Desde que te fuiste-me fui-nos fuimos, cada uno por un camino, me volví adicta a una sustancia que no encontraba por ninguna parte. Suplicaba a las personas que llegaban a mi vida que me hiciesen sentir. "No me importa lo que dure", he llegado a pedirles, "diez minutos, dos semanas, 25 años, pero quiero-necesito-anhelo volver a sentirLo". ¿Es mucho pedir encontrar a alguien que "se parta en dos en cada despedida"? (Maldito sea Ismael Serrano por arrojar las semillas de su música en mi cabeza).

Así me he pasado los años, persiguiendo ese sentimiento como se persigue un oasis que se evapora justo cuando vas a mojar los labios. Incluso he llegado a pensar que al fin y al cabo, el desierto no era tan mal lugar para vivir. O que puede que dé igual si es bueno o malo, pero que es lo único que hay. Y me humilla admitirlo, pero eres la única persona a la que he llegado a pertenecer de alguna manera. Desde Entonces me he convertido en una gata de sombras y nieve, que no hace alianzas con nadie excepto consigo misma, y que tiene dos pies en este mundo y los otros dos en un sueño.

Y los sueños se confunden con memorias... ¿Sabías que un grupo de estudiosos científicos ha descubierto que cuando recordamos el pasado se activan las mismas zonas del cerebro que cuando soñamos-imaginamos el futuro? Pues no sé si será por eso, pero por si acaso yo siempre he presumido de tener memoria selectiva, y he tenido que olvidar tantas cosas malas, que a veces, sin querer, han arrastrado a las buenas. Y a ratos me asusto, no vaya a ser que acabe sin tener siquiera una buena historia que contar. Pero creo que en el fondo no olvido todo lo bueno, sino que lo guardo con candado, y en cuanto la llave del perfume de un champú abre mi particular caja de pandora, salen a borbotones tantas sonrisas-conversaciones-besos-deseos-planes-noches-dedales que me da la risa al pensar en los esfuerzos que le costará al pobre candado contener tanta vida.

Pero la vida, como si se tratase de una pérfida y cruel segunda ley, se empeñó en regular la dirección en la que debía llevarse a cabo el proceso "termodinámico" de mi camino, y en la imposibilidad de que éste discurriera en sentido contrario, de la misma manera que una mancha de tinta dispersada en el agua no puede volver a concentrarse en un pequeño volumen. Y quizá ése sea el motivo por el que por más que lo intento, no logro volver a ser la que fui hace diez años. Siempre pensando que era porque la otra persona no era la adecuada, y al final va a resultar que la que no es adecuada soy yo. Y es que nunca desde entonces he vuelto a estar tan cerca... He perseguido quimeras, sombras de un ensueño roto al despuntar el día. Y ahora me asaltan las dudas, porque ya no sé cuántas veces se pueden rozar las estrellas con las puntas de los dedos a lo largo de una sola vida.

Lo bueno de tener un corazón de trapo es que una puede echarlo a la lavadora de vez en cuando, tenderlo, plancharlo y queda casi como nuevo. Lo malo es que a veces se me va la mano con el detergente, o me quedo corta con el suavizante, con lo cual puede que destiña o que quede algo más áspero de la cuenta.